“¡Esto es una guerra, esto es una guerra!”.
Pasaron segundos de haber recibido una pedrada en la nariz que se la quebró en varias partes, cuando un oficial de la Fuerza Pública no identificado le envió audios de voz por WhatsApp a sus compañeros para contarles lo que sufrió durante un enfrentamiento en Quepos.
Citó que una turba de unos 200 maleantes atacaron al grupo de policías, que abortaron la misión antes de que ocurriera una desgracia.
La buseta en la que viajaban quedó con todas las ventanas rotas; el ministro de Seguridad, Michael Soto, hizo un recuento de los daños e indicó que unos 25 oficiales resultaron heridos y al menos 12 vehículos dañados en diversas intervenciones este miércoles.
El caos reina en las calles, la delincuencia y el narcotráfico se camuflan entre los manifestantes y los bloqueos se desvirtuaron por completo.
Lo advirtió el propio José Miguel Corrales, líder del Movimiento Rescate Nacional, el domingo anterior. Le preocupaba que las protestas se extendieran tanto que se descontrolaran. Finalmente pasó.
Ni la Policía, ni Rescate Nacional cuentan con la fórmula para frenar la anarquía.
Entre la prensa existe una dicotomía que se ajusta con los dos bandos que se enfrentan; la mayoría critica que se mantengan los bloqueos y se unen al llamado al alto a la violencia, mientras que una pequeña parte, financiada por los sindicatos y otros grupos de izquierda, cuestionan la fuerza policial en las intervenciones al usar gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes.
Y conste, que desde esta tribuna consideramos que a la Policía le ha faltado energía en sus actuaciones.
Ante el escenario actual, cada quien saca sus conclusiones, pero en el fondo todos desembocan en el mismo puerto; uno de los grandes responsables de desatar esta crisis es el presidente, Carlos Alvarado Quesada.
Se vendió como el más preparado, el más listo, el más carga durante la campaña política del 2018 y cada día que pasa los hechos convencen más que le falta liderazgo, que su gobierno ha sido el más incapaz de las últimas siete décadas y que es patético en la toma de decisiones.
El gran problema de Alvarado es que diversos sectores ni siquiera lo respetan. No tiene el talento para organizar un verdadero diálogo nacional para salir del enredo en el que se metió al apoyar el segundo paquetazo fiscal que presentó su equipo económico hace un par de semanas con tal de acceder a $1.750 millones de un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Esto terminó siendo un tiro de gracia al bolsillo, bastante maltratado del tico por la pandemia de COVID-19, que llegó a acelerar la quiebra del Estado.
El presidente seguirá dando palos de ciego en el año y medio que le resta en el poder, porque por una razón inexplicable o desconocida hasta ahora está como amarrado a la hora de generar ideas para resolver la seria crisis en la que se hundió el país.
Lo más lamentable es que más de 1,2 millones de costarricenses votaron por el que creyeron que era el más preparado, el Mesías, y terminó siendo un fiasco.