Una llegada oportuna del Patronato Nacional de la Infancia (PANI) habría salvado al pequeño José Rodrigo, de cinco añitos.
Ahora, todos lamentan que haya muerto a manos de sus padres por una hemorragia intestinal causada por los golpes que recibió en su casa, en Sabanilla de Alajuela.
El caso ha indignado a miles en el país, pero es una historia que se repite a lo largo del tiempo.
Fue lo mismo que le pasó a Karlideth (11 años, asesinada), en Paquera, Puntarenas; o lo que vivió Yerelin (5 años, desaparecida), en el barrio San Martín de Santo Domingo de Heredia, o Brandon (nueve meses, asesinado), en Tibás.
La ayuda del PANI les llegó tarde, nunca llegó y si llegó fue escasa; tan poca que nada evitó que murieran.
Prácticamente en la totalidad de las investigaciones internas que promete hacer la institución sobre el abordaje de estas situaciones, independientemente del jerarca que esté al frente, nadie es sancionado o nadie tuvo la culpa.
En el tema de José Rodrigo, resulta que una funcionaria nunca llegó a la casa porque le dieron mala la dirección, aunque en apariencia lo buscó por todo lado.
El propio PANI denunció que Karlideth era víctima de abuso sexual y a pesar de eso no hubo medidas para frenar las agresiones.
Con Yerelin, las autoridades sabían el peligro que corría y al final desapareció.
Y con Brandon, tal como dijo el juez Juan Carlos Pérez, del Tribunal Penal de San José, en el 2015: “¿Dónde estaba el PANI? Si el PANI hubiera estado atento el niño estaría vivo”.
Los finales se escriben con la sangre de los niños… y las cosas siguen igual.