*Por Roberto Acosta Díaz, periodista
Cuando mi buen amigo Gerardo Zamora publicó una foto en su perfil personal de Facebook, el 14 de julio del 2019, me preocupé.
El escenario era uno de los pasillos del Hospital México. Para mí, es la foto que mejor retrata la situación que enfrentó durante cuatro años hasta que, para pesar de quienes lo conocimos, partió al regazo del Señor el Miércoles Santo, 5 de abril del 2023.
La imagen, en la que sale agarradito de la mano de su esposa, la periodista Ginnés Rodríguez, me brincó en la línea de tiempo unos cuántos minutos después de que él la compartió y le escribí el 23 de julio del 2019, cuatro días después.
Le propuse conversar sobre lo que le había sucedido, porque desconocía que estuviera enfermo y porque en la publicación que había hecho no era lo suficientemente preciso para saber a qué se enfrentaba.
En aquel primer intento, prefirió continuar con su recuperación y hasta estar absolutamente repuesto compartir su experiencia.
Luego, hubo tres oportunidades más en las que le expresé el deseo de escribir su historia, pero él prefirió esperar hasta que llegó el 26 de abril del 2020.
Ese día, tuve la oportunidad de ver un testimonio que compartió con funcionarios de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), en una campaña llamada “Corazones de Acero”, producto de los efectos de la pandemia de Covid-19 que azotaba al país y al mundo entero.
Apenas lo escuché, me animé a escribirle de nuevo. Me dio pena insistir, pero para él había llegado el momento y me atendió de inmediato por teléfono.
“Gracias, Roberto. Hermosa nota, muy amable. La disfruté leyéndola. Gracias de nuevo y ojalá la nota impacte a mucha gente positivamente”, me escribió apenas la publicamos. ¡Qué Torta! fue el primer medio en dar a conocer los detalles de este desafío que la vida le presentaba.
A Gerardo lo conocí hace unos 20 años. Siempre lo recordaré como un reportero inquieto, atrevido, habilidoso, tenaz, apasionado y profesional.
Es curioso, pero de alguna forma siempre algunas de sus circunstancias personales nos acercaron por momentos.
En el 2009, cuando visitó la redacción de La Teja, para grabar un reportaje sobre el periódico me comentó que una bala había atravesado su casa y había caído por el desayunador, cuando vivía con Ginnés en Sabana oeste. Le pregunté si le parecía que publicáramos el suceso y accedió. Hasta foto del proyectil nos facilitó.
Gerardo fue un hombre bueno, de gran corazón, quien, en sus momentos más difíciles siempre se aferró a Dios, a su familia, que lo apoyó de una forma incondicional.
Ahora que se encuentra en un mejor lugar, lo extrañaremos, nos hará falta y nos quedaremos con esa amargura de que se nos fue.
Gracias, Gera, por tanto.