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El último adiós al papa Francisco: construyendo puentes, derribando muros

Entre rezos, lágrimas y una solemnidad conmovedora, el papa Francisco fue despedido, este sábado 26 de abril del 2025, en una de las ceremonias más simbólicas que ha visto la historia reciente del Vaticano. 

Más de 250.000 personas acudieron a la Basílica de San Pedro durante los tres días de capilla ardiente para rendirle homenaje, hasta que, en un rito antiguo y cargado de gestos íntimos, el sencillo féretro fue sellado para siempre.

El cardenal camarlengo, Kevin Joseph Farrell, presidió en privado la ceremonia de cierre del ataúd: sobre el rostro de Francisco se colocó un velo blanco, se roció agua bendita y se introdujeron en la caja monedas, medallas de su pontificado y un tubo metálico con el acta —el ‘rogito’— que narra en latín los hitos de su vida. 

Sin lujos, pero lleno de símbolos, el féretro fue cubierto con una cruz, su escudo pontificio y la placa con su nombre, como había pedido el propio pontífice.

Francisco fue sepultado con sus zapatos usados y su humildad intacta, como el papa que eligió la sencillez incluso en la muerte. 

Tras la misa fúnebre, su ataúd fue llevado en cortejo solemne hasta la Basílica de Santa María La Mayor, donde fue enterrado ante la imagen de la Virgen ‘Salus Populi Romani’, de quien siempre fue profundamente devoto.

Durante la misa fúnebre, oficiada por el cardenal Giovanni Battista Re ante una Plaza de San Pedro abarrotada resonó el legado del papa argentino: “Construir puentes y no muros”, recordaron en la homilía, frente a líderes mundiales como Donald Trump (Estados Unidos), Emmanuel Macron (Francia) y Volodímir Zelenski (Ucrania).

La referencia no fue casual: Francisco fue el papa de los migrantes, el que eligió como primer viaje la isla de Lampedusa para denunciar las tragedias humanas en el Mediterráneo, el que ofició misa en la frontera entre México y Estados Unidos. 

Su voz, que no dejó de clamar por la paz frente a la brutalidad de las guerras, acompañó cada momento de la ceremonia.

Con una Plaza de San Pedro colmada y un profundo silencio al final de la misa, Francisco partió dejando la misma enseñanza que guió su pontificado: tender la mano, construir caminos de esperanza y nunca, nunca levantar muros.

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