*Por Manuel Benavides Barquero
Sacerdote e historiador
Quisiera cerrar mi intervención en la discusión sobre el cambio de fecha de la celebración de la Independencia de Costa Rica con un recuento rápido de las bases sobre las que queda claro que es incorrecta esa proposición.
En primer lugar, la figura de Pablo Alvarado no solo hay que situarla en su contexto, sino seguir investigándola para aclarar su papel en el proceso. Lo que sí ha quedado claro es que lo referido sobre él para apoyar el proyecto del cambio de fecha no tiene sustento histórico.
Ha sido vital para aclarar los nublados del día sobre la fecha de la Independencia, insistir en que hay que ser más serios en el método de análisis del pasado, teniendo en cuenta contextos amplios, el significado de las palabras, la documentación de otros pueblos, la crítica de las fuentes y otros aspectos más.
Hay que salirse de la geografía y documentación de Cartago para comprender no solo todo el proceso, sino las mismas acciones de los cartagineses. La palabra “absoluta” que está en las actas de Independencia sirvió como un ejemplo concreto de los errores interpretativos que se pueden cometer sino se practica la investigación desde esos requisitos.
Por las mismas razones y desde el tema del ejercicio de la soberanía se aclaró que las firmas de los legados de los ayuntamientos en el acta de Cartago no tienen el valor que se les ha dado para defender la propuesta de cambio de fecha. En la misma línea, se patentizó que los legados de los ayuntamientos y los legados de los pueblos no son lo mismo y no hay continuidad entre ellos.
El análisis de la actitud bastante autonomista de la población de San José permitió comprobar que cada pueblo tuvo su propia acta de Independencia; que la de Cartago no es el acta de Independencia de Costa Rica; que Cartago, tanto por las consecuencias de las Cortes de Cádiz, como por un pasado de recelos por parte de las otras poblaciones frente a ella, ya había perdido su papel central como capital, como ayuntamiento y como sede de autoridades centrales de gobierno bastante debilitadas.
Finalmente, se matizó el valor que se le ha dado a un documento de marzo de 1823 en que aparece la fecha del 29 de octubre de 1821 como la de nuestra Independencia empezando por el hecho de que hubo dos poblaciones con actas emancipadoras diferentes con la misma fecha y de que hay serias probabilidades de que el documento esté reflejando más la posición de San José que la de Cartago con su local acta de Independencia.
Me he ocupado de esta temática en el momento de la Independencia, en etapas posteriores de la historia hay otras pruebas de la validez de su celebración en la fecha del 15 de setiembre para lo que se recomienda leer los excelentes trabajos del historiador don David Díaz Arias.
El historiador cartaginés Arnaldo Moya, en la conferencia que dio junto con don Vladimir de la Cruz, que se puede localizar en el sitio web de la Biblioteca Nacional, terminó fundamentando su posición a favor de la fecha del 29 de octubre como fecha oficial de la Independencia de Costa Rica, diciendo que la población de aquel entonces celebró en 1822 y 1823 el aniversario de la emancipación el 29 de octubre.
He revisado las actas de esos dos años de los ayuntamientos de Cartago, de San José y Alajuela, así como las de la Junta Superior Gubernativa y la de la Asamblea Provincial, y no he podido encontrar ninguna referencia que respalde la afirmación del señor Moya.
Todo lo contrario, además de no mencionarse, sí se encuentra en 1823 la idea de instaurar dos fechas celebrativas cada año, que van en la dirección contraria a la posición de la ciudad de Cartago. El diputado Alvarado propuso que se celebrara el 1.° de diciembre y el 5 de abril.
La primera fecha se refería a la consolidación que logró Costa Rica con el Pacto de la Concordia; segunda “Constitución” que recorre esos años reconocida como la columna que sostuvo a los costarricenses en una paz que evitó que se cayera en la anarquía. Un pacto que había sido la envidia de las otras provincias del Reino de Guatemala que se debatían entre guerras civiles.
La segunda fecha buscaba honrar como patriotas a los caídos en la batalla de Ochomogo, que de paso recordaría la pérdida de la capitalidad de la ciudad de Cartago.
Los que se meten a historiadores sin serlo para presentar estos proyectos provocan que se multiplique innecesariamente el trabajo de muchas personas, empezando por el personal de la Asamblea Legislativa, sus comisiones y plenario de diputados que debe procesar esas iniciativas.
También está el trabajo que supone para las instituciones que consulta el Gobierno sobre ese tipo de iniciativas, entre ellas se consulta a la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica y Escuelas de Historia de las universidades públicas. A todo esto hay que agregar el trabajo de los historiadores profesionales a nivel personal. Ante el gasto de recursos públicos y trabajo de muchas personas, bien podemos pedirles a los proponentes de estas iniciativas que tengan un poco de consideración y dejen de insistir sobre el tema.
A pesar de ser un efecto indirecto y un poco vergonzoso, si algún aspecto positivo tienen esas iniciativas al presentar proyectos con fundamentaciones históricas tan deficientes, es que obligan a los historiadores a ver los temas referidos desde otros ángulos, es decir, las apreciaciones equivocadas de esos grupos provocan que muchas cosas que están presentes en los documentos y procesos históricos salten a la vista de los especialistas debido a la provocación. Ese aporte se debe agradecer.
Esperamos que los que proponen el cambio de fecha de la celebración de la Independencia, así como los historiadores profesionales que los respaldan contesten esta serie de razones que contradicen los argumentos que utilizan para fundamentar dichos proyectos.
Esperamos que lo hagan no con los argumentos que hasta ahora han usado porque se comprueba que no tienen fundamento histórico, sino con investigaciones serias en cuanto a las muchas fuentes de archivo que existen sobre el periodo independentista, para que su exposición vaya más allá de una opinión personal, como debe ser en cuanto a la ciencia de la Historia.
De hacerlo así y de encontrar nuevas fuentes que desechen lo que estos artículos han expuesto seríamos los primeros en rebozar de alegría, porque investigar el pasado siempre es nuevo y emocionante.
*El autor es académico correspondiente de la Academia de Historia y Geografía de Guatemala.
Premio Cleto González Víquez 2022 de la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica.