Por Angie López Arias
Solo quienes pasamos por esos largos y hermosos pabellones, quienes vibramos al son de la banda en sus distintas generaciones y quienes veneramos a la elegante y distinguida escolta podemos leer esas sílabas cantando y sintiendo cómo, al mismo tiempo, se nos eriza la piel.
Nuestro querido Liceo Napoléon Quesada Salazar, o mejor dicho, nuestro querido Napo, tal cual lo conocíamos, nos dice adiós para evolucionar a un colegio moderno, tecnológico y agradable que, sin duda, necesitan los miles de estudiantes de los diferentes distritos de Goicoechea.
El Napo es un referente en Guadalupe y, sin temor a equivocarme, podría decir que es, también, un referente de la educación pública a nivel nacional, porque por sus aulas pasaron alumnos que se convirtieron en grandes profesionales y porque la historia de sus instalaciones fue de gran valor.
Fue sede del Club Alemán, también fue la Escuela Militar de Guadalupe y se convirtió en el Liceo Napoléon Quesada Salazar en 1954, en honor a un ilustre docente costarricense. ¡Imagínense todas las historias que guardarían sus paredes!
Hoy, quienes pasamos con frecuencia por la calle principal de Guadalupe, hemos podido observar cómo demuelen la vieja e histórica infraestructura del colegio y recordamos de inmediato las muchas vivencias que tuvimos allí, en mi caso, las que viví, desde 1995 hasta 1999.
Para muchos es una demolición más, pero otros sentimos que cada tractor que arranca un pedazo del liceo arranca una parte de nuestro ser. Y no, no exagero, ahí viví mis mejores años, entablé amistades que hoy, gracias a la vida conservo y, por supuesto, ahí comencé a forjar mi futuro.
Es inevitable sentirse triste al ver todo en ruinas, aún y cuando estamos conscientes que era absolutamente necesario, pero es que el Napo no fue un simple colegio, fue nuestra casa, nuestra familia verdeolivo, fue testigo de nuestras primeras travesuras, de nuestro primer amor, de nuestros mejores amigos, de esos profesores que se convirtieron en quienes enrumbaron nuestra vida por un buen camino.
Mi papá, mis hermanos, mis tíos, primos y otros familiares también son egresados del Napo. Mi papá conserva con total devoción el anuario y es fascinante ver las fotos y saber que ese cariño tan enorme e inexplicable que sentimos por el cole ha estado presente de generación en generación, por eso no dudo que ese amor persista en el nuevo Napo.
Quise ir a recorrer los rincones del cole días antes de comenzar la demolición, pero la maquinaria me ganó la carrera y comenzó a toda prisa su destrucción. Hoy solo me quedan hermosos recuerdos.
Nostalgia
Llegué menudita, blanca y con una abundante cabellera colocha el primer día de clases, acompañada de mi mamá, mi mamita hermosa que hoy goza de la presencia del Señor, y con un compañero de escuela.
Tenía miedo; ese gentío, ese colegio enorme con decenas de pabellones en el que fácilmente uno se perdía, me absorbía y yo solo pensaba ¡en qué momento aprenderé a saber dónde quedan mis clases! Mientras el escándalo de inicio de curso lectivo me ponía más nerviosa.
Todo fluyó. El miedo fue cediendo, me fui aprendiendo los pabellones, hice nuevos amigos y así pasaron los días, los meses, los años. El arroz con pollo de la soda del abuelo, los pasteles de la soda del patio, el gallinero, los recreos en las mesitas de afuera viendo los carros pasar, el profe de industriales, la piscina y las clases de natación, las bromas y hasta los pleitos a cada salida del colegio son parte de esos recuerdos que no se borrarán.
Fueron años llenos de adrenalina, de muchos juegos, risas, pero también de mucho sacrificio, de mucho estudio y mucha disciplina. Pasé los cinco años sin contratiempos, a excepción de un par de visitas a la dirección con el director Oldemar Carranza por algunas (muchísimas) ausencias injustificadas (escapes) y el tener que presentar Cívica en cuarto año porque también sumé varias ausencias.
Pasar bachillerato con excelentes notas y encontrarme el día de la graduación en el salón de actos fue de verdad increíble.
Salir de ahí con el título debajo del hombro fue surreal, fue brincar de un solo a la vida adulta y llorar a mares con los compañeros por tener que dejar atrás esa etapa maravillosa. Salí ya no tan menudita y con un miedo distinto a aquel primer día de clases, lo que se veía venir era emocionante.
Mi Napo querido es parte de mi vida, a mi Napo querido lo llevo en mi corazón y le agradezco que sus viejas aulas me albergaran, que sus pabellones me vieran reír y llorar y que sus rincones forjaran en mi a una mujer de bien.
La lucha por el nuevo cole la ganaron los alumnos que se tiraron a las calles a exigir algo mejor para ellos y, la verdad, no podía esperar menos de la familia verdeolivo.
Orgullosa a más no poder de mi Napo, de lo que fue y de lo que será.
¡¡¡Na na po po!!!