*Por Manuel Benavides Barquero
Sacerdote e historiador
Casi todos los sermones y discursos citados en la entrega anterior y otros más, después de admitir y admirarse de que la Independencia les hubiera llegado de manera pacífica, pasan a mencionar las trágicas divisiones posteriores que llevaron, incluso, a la guerra y a la destrucción de lo que habían heredado de bueno del Imperio español.
Así lo expresó el padre Adreu, el 15 de setiembre de 1842: “Repentinamente la voz de libertad resonó en un ángulo de las Américas… Una mutación tan repentina, un cambio tan extraordinario hizo que desgraciadamente se confundiera la esencia de las cosas… y después de muchos años de agitaciones sangrientas, solo nos encontramos con la destrucción de todo cuanto teníamos, sin haber reemplazado nada útil…”.
Si se analizan bien esos textos, por un lado, tenían razón, ya que lo que siguió a la Independencia fue división, caos, destrucción; pero, por otro lado, hay algo en ellos que podría crear la sospecha de que estaban faltando a la verdad: imaginar un 15 de setiembre totalmente fraternal sin precedentes de división (no de sacrificios sangrientos individuales o sociales como se quiere exagerar) derivados de intereses económicos de antiguos líderes corruptos y de nuevos líderes interesados en ascender en la estructura de gobierno. Vale advertir que estas últimas ideas tienen sus excepciones en unos y otros líderes.
Esa forma de predicar tiene en común con la historia posterior hasta hoy día un aspecto, una diferencia y algo que le es propio. Lo que tiene en común se refiere a una manipulación del pasado para ocultar responsabilidades personales y familiares, la diferencia es que todavía no se hacía para crear héroes para los altares de la manipulada historia patria.
Lo que le es propio se refiere a que, después de tanta guerra y división, varios de ellos no querían referirse mucho a lo que pasó con la intención de crear una propuesta pacífica para empezar de nuevo, especialmente después del fracaso del experimento federal y el inicio de las repúblicas.
El padre Herrarte lo expresó muy bien el 15 de setiembre de 1840: “¡Ah! Echemos un velo sobre nuestras desgraciadas discordias; abstengámonos de inculpaciones inútiles y tal vez injustas”.
Como expresé en la entrega anterior, sería bueno que los biógrafos de Pablo Alvarado nos expusieron parte de su responsabilidad en esos lamentables hechos; hasta él mismo se vio afectado en su equilibrio personal por ese caos que ayudó a crear como expondré en próximas entregas.
Por ejemplo, sería bueno que nos explicaran cómo propuso, en 1824, al Congreso Constituyente eliminar las gigantas y danzas en las procesiones.
No le hicieron caso, porque sabían sus compañeros diputados que provocaría una reacción conflictiva en muchas poblaciones. Qué dicha que no le hicieron caso, porque todavía se conserva como un valor religioso y cultural en muchas partes de Centroamérica, aunque en Costa Rica sus compatriotas cartagineses, menos de 100 años después, algo lograron en esa línea atacando la religiosidad y cultura popular en torno a la Virgen de los Ángeles.
Mientras tanto nos ofrecen los biógrafos de Alvarado una explicación, volvamos a escuchar a los de aquella época. Empecemos por el padre Piñol, en 1849: “…cuántos males no hemos tenido que deplorar hasta el día de hoy. ¡28 años de división, de guerras civiles! ¡28 años de incertidumbre y de gobiernos inestables y vacilantes! ¿Era este acaso el fin que nos proponíamos al proclamar la Independencia? ¿Pasó alguna vez por nuestra imaginación que no llegaríamos en tanto tiempo a constituirnos?”.
Dos testimonios más para observar, también, como la población en general se decepcionó no solo de sus líderes, sino también de la Independencia.
Del padre Andreu, en 1839: “Nuestro país componía una pequeña parte de un grande imperio… Se creyó entonces que cuanto existía era obra del despotismo; se rompieron los vínculos que mantenían a los pueblos unidos a la autoridad… ¿Cómo, pues, ha podido intentarse el persuadirnos que nuestros pueblos fueron libres por haberse hecho independientes? Cansados de sufrimientos y casi en la desesperación, legisladores, gobernantes, magistrados, los pueblos os demandan la paz, os piden la justicia y os reclaman su religión”.
El padre Molina rondó la idea en su sermón del 15 de setiembre de 1845: “Hoy, hace 24 años que el antiguo Reino de Guatemala dio el grito de libertad… ¿Por qué no celebra el pueblo en masa este grande acontecimiento? (…) Al momento en que fuimos libres se desencadenaron las pasiones de todas clases como furias: nos dividimos en partidos…”
*El autor es académico correspondiente de la Academia de Historia y Geografía de Guatemala.
Premio Cleto González Víquez 2022 de la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica.